En los últimos diez años, surgieron 88 iniciativas y ya hay 291 en todo el país. Entre los impulsores, hay filántropos, emprendedores turísticos y empresarios que quieren hacer que sus producciones sean más amigables con el ambiente.
Cuando heredaron el campo en Misiones, los hermanos Teza pensaron que tenían tres opciones: rematarlo, plantar yerba o desmontarlo para vender cedro y lapacho.
Pero esas 350 hectáreas de selva en El Soberbio no tuvieron ninguno de esos destinos. “No necesitábamos la plata y a los seis hermanos nos gustó la idea de que el campo de mi viejo sea conservado”, cuenta Diego Teza, que tiene 47 años, es ingeniero agrónomo y se dedica a hacer auditorías ambientales.
Los Teza armaron 10 kilómetros de senderos por la selva y a fines de 2015 lograron que el Gobierno de Misiones le reconociera oficialmente que tenían una reserva natural. A cambio de conservar el ambiente, le redujeron los impuestos.
La reserva se llama El Cantar de la Pachamama y la visitan sobre todo turistas de hoteles y lodges de El Soberbio, que tiene como principal atractivo a los Saltos del Moconá, unas cataratas que están en el límite con Brasil. Para entrar, pagan un ticket “a voluntad” que es para el guardaparques.
“No queremos ganar dinero, sólo que en un futuro la reserva genere fondos como para costear su mantenimiento”, asegura Diego y dice que lo hacen por las próxima generaciones, para que no se pierda más selva misionera.
La de la familia Teza es una de las 88 reservas naturales privadas que se crearon en el país en los últimos diez años y que llevaron a que ya haya 291 reservas instauradas por particulares y empresas.
Entre todas, suman 876.745 hectáreas protegidas. Algo así como 43 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires, según se desprende de un relevamiento hecho por la Red Argentina de Reservas Naturales Privadas, que este fin de semana reunió en Misiones a 130 propietarios y miembros de ONG que trabajan en la consolidación de este tipo de espacios.
De la filantropía a la sustentabilidad productiva
Las razones por las que un particular o una empresa deciden crear una reserva son varias. Hay decisiones filántropas, como la de los Teza o la de Douglas Tompkins, un conservacionista norteamericano millonario que murió en 2015 y que compró 150.000 hectáreas en los Esteros del Iberá, en Corrientes, para conformar una reserva que será donada al Estado y se convertirá en un nuevo parque nacional.
“Además hay más conciencia sobre el recurso natural sobre el que se desarrollan actividades productivas. Muchos propietarios quieren seguir sembrando o teniendo ganado pero de una manera sustentable, por lo que una parte de su campo lo convierten en reserva”, explica Florencia Morales, coordinadora de la red.
Eso explica que ya son 67 las reservas impulsadas por empresas. Está la de Toyota, de 21 hectáreas en Zárate; o la emblemática de Villavicencio, de 72 mil hectáreas en Mendoza, donde hacen compatible la conservación y la extracción de agua.
La azucarera Ledesma, en tanto, mantiene intangibles 91 mil hectáreas de yungas en Jujuy, una forma también de asegurarse la “producción” de agua que ocurre en esa selva y que luego riega sus ingenios.
Esta manera de hacer más amigable la producción también les permite certificar normas internacionales y agregarle valor o diferenciar sus cultivos, carne o madera.
En la reserva El Carrizal, muy cerca de Las Toninas, Federico Quiroga, cría ganado pero mantiene el pastizal. Es decir, no siembra pasturas exóticas. De esa manera, en sus 2300 hectáreas preserva las 500 especies vegetales del pastizal autóctono. Y en un futuro podrá certificar su carne como amigable con el ambiente.
También el turismo de naturaleza se volvió más exigente y valora aquellos complejos que instauran reservas dentro de sus predios. Eso ocurre con Puerto Bemberg, un predio turístico ubicado a 35 minutos de las Cataratas del Iguazú. Ahí crearon una reserva de 198 hectáreas.
“Además en los últimos años creció la cantidad de profesionales que tiene una orientación ambiental. Eso también influye en lo que está ocurriendo hoy”, afirma Morales, que estudió ciencias ambientales la Universidad de Madrid y se recibió en 2006, cuando todavía la Universidad de Buenos Aires no tenía esa especialidad.
Las obligaciones que asumen
Para que un predio se constituya en reserva tiene básicamente dos caminos posibles. Su dueño puede tramitarlo ante el estado provincial o certificarlo ante una ONG, como Aves Argentinas, Fundación Vida Silvestre, Temaiken, Pro-Yungas, Azara o Hábitat y Desarrollo, por citar algunas de las 11 organizaciones que integran la red.
Los propietarios se comprometen a conservar los ambientes naturales y promover acciones para mejorar las condiciones de la flora y la fauna. También prohíben la caza y el uso de agroquímicos.
Mientras que la infraestructura y el desarrollo productivo, si lo tuvieran, deben estar limitados a un sector específico. Esa actividad, además, tiene que contar con un plan de manejo sustentable que justamente garantice que no afecte el área intangible.
Según cada caso, esas responsabilidades pueden ser acordadas de por vida, en un convenio por 20 años o hasta que el privado decida otro fin para el territorio.
Aunque existen pocos incentivos estatales, algunas provincias, como Misiones o Entre Ríos, ofrecen descuentos impositivos. También pueden llegar a aplicar a fondos nacionales, como los que instaura la ley de Bosques, o internacionales, que en ambos casos buscan apuntalar iniciativas conservacionistas. Finalmente, como se dijo antes, estas iniciativas ayudan a que lo que puedan producir en ese entorno lleve un certificado de sustentabilidad.
Cuáles son sus principales contribuciones
En primer lugar, las reservas naturales privadas aumentan la superficie protegida del país, que según los compromisos internacionales ya suscriptos, debe llegar al 17% del territorio en 2020. Actualmente, entre parques nacionales y reservas naturales ronda el 12%, según los últimos datos oficiales del área de Ambiente de la Nación.
“Estas reservas reflejan que existen otras formas de pensar el territorio sembrando la opción de la conservación. Además, dan apoyo a acciones de educación e investigación y contribuyen en la difusión de buenas prácticas productivas y del valor de la biodiversidad”, enumeró la bióloga Alejandra Carminati, coordinadora del proyecto Áreas Protegidas Privadas de la Fundación Vida Silvestre.
Para ejemplificar cuál es su aporte, contamos algunas de las iniciativas:
Refugio de huemules
La reserva nació de la mano de un desarrollo inmobiliario: un loteo para levantar 92 casas y un hotel en pleno bosque patagónico. El proyecto fue desarrollado por Cielos Patagónicos y se desarrolló sobre 5.800 hectáreas, de las cuales 5.600 quedaron intangibles y como reserva.
Ahora, los dueños de la reserva son los propietarios de los lotes. A Los Huemules lo visitaron 3.000 personas en 2017. Los turistas pagan un ticket de $ 300. Pero los alumnos de colegios, los residentes y los investigadores que llegan de todo el país entran gratis.
“Nuestro principal aporte es a la conservación del huemul. Ya logramos identificar a 15 ejemplares”, asegura Federico Reese, administrador del campo. El huemul es el principal herbívoro del bosque andino patagónico y está en peligro de extinción: quedan sólo 1500 ejemplares entre Argentina y Chile.
Purificador de agua
Se trata de una reserva de la familia de Marcos Pereda y Azul García Uriburu. Cuando compraron el campo, de 30.000 hectáreas, con una gran extensión de humedales, la idea era secarlo para hacerlo productivo. “Cuando conocimos bien el lugar, tuvimos una corazonada: esto tiene que ser importante como para conservarlo. Llamamos a especialistas y nos explicaron que esto era como un riñón, que purificaba el agua y alimentaba los acuíferos subterráneos”, explica Azul, directora de la reserva.
Esa visión hizo que la familia limitara la siembra de maíz, soja y trigo y la explotación forestal de eucaliptus a un 40% del campo. El resto, unas 12.000 hectáreas de humedales, selva en galería y monte de espinal fue constituido como una reserva que es visitada gratis por escuelas y grupos en general.
En la zona hay 700 especies de plantas, 285 de aves, 48 de anfibios y reptiles y 29 de mamíferos.
La selva del yaguareté
Entre 2009 y 2016, Fabiana Giussani y Gabriel Andreanó fueron compraron distintos lotes de selva misionera hasta conformar una predio de 800 hectáreas. Son porteños y se dedican a la venta de repuestos de equipos de refrigeración, pero se involucraron en el proyecto por filantropía, para ayudar a conservar una de las ecoregiones con mayor biodiversidad.
“Por ahora la reserva es exclusivamente para favorecer la conservación”, asegura Fabiana y cuenta que uno de los principales aportes es a la preservación del yaguareté, del que se estima que quedan apenas 250 ejemplares en todo el país.
Con registros de video hechos en la reserva y la ayuda de científicos del Conicet que integran el Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico, ya lograron identificar cuatro yaguaretés. Por ser registros inéditos pudieron ponerle nombres a los ejemplares: Teté y su cachorro Doti; Jerovia y La Vándala.
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